Hemeroteca

2004 (18 Marzo-28 Abril)

Exposición individual “El esplendor mineral”.

Sala de exposicións do Casino Atlántico de A Coruña.


La Opinión (30-3-2004)

Antón Mouzo, pintor. Un artista que une pintura y piedra (por Patricia Pérez)


El Ideal Gallego (11-4-2004). Opinión.

Mouzo, en el Casino del Atlántico (por Ánxeles Penas)

Mouzo pertenece a la generación de pintores que comenzaron su andadura en los años 80, una década que recogía las inquietudes rupturistas de la anterior y apostaba por la experimentación y los nuevos lenguajes. Entre estos nuevos lenguajes estaba un amplio neo-expresionismo de múltiples y variadas facetas, en el cual tal vez encajaba aquel joven Mouzo que en 1985 participaba en el colectivo “Mar a Mar”, invitado por el Gruporzán, donde se tendió un arco entre A Coruña y el colectivo Palmo de Málaga. Se dejó constancia allí de esa abertura de senderos “que van de muchas partes a otras muchas y que juegan con la relación culta de símbolos, las ideas o los ritos y los mensajes”.

No obstante, el arte siempre ha sido un ejercicio de libertad individual y, si hasta mediados o fines de los 80 hubo una tendencia general a reunirse en grupos, quizá por la necesidad de defenderse frente a un medio hostil y desconocedor en general de la cultura plástica, en los noventa esta tendencia desapareció y cada creador siguió su propia ruta o sus personales caminos.

Mouzo pareció encontrar el suyo propio despojándose de la necesidad de decir para adentrarse en las experiencias del sentir y hablamos del sentir desde la óptica del plástico, una óptica visual que tiene su particular modulación, sus leyes y su liturgia. A veces es inmerso en este ritual de materias, de texturas, de gestos, de policromías o de acromatismos como asoma el milagro de lo que se entiende por arte y que, posiblemente, es tan sencillo como el viajar de una luciérnaga en la noche, un blanco rastro de inquietudes que tratan de imitar, sin saberlo, las rutas celestes, los oscuros alfabetos aún no decodificados.

De pronto, en ese caminar inquieto, uno encuentra un talismán, una piedra mágica, la llave de los reinos ocultos y, como un niño asombrado, corre a plasmar la buena nueva a los viejos palimpsestos desgastados y borrosos. Esta es la impresión que nos produce la original muestra de Mouzo en el Casino del Atlántico. Su piedra mágica es la humilde mica que, como sabemos forma con el cuarzo y el feldespato, la composición de nuestra piedra grá (o granito). Al sacarla de sus compuestos se produce el milagro de la levitación, la sutileza de los regueros brillantes que buscan la luz; el peso cede paso a la ligereza y los fondos rojo sangre, llenos de silencio, se ponen a hablar de luminiscencias y vías lácteas, de intrincadas selvas con árboles níveos llenos de fantásticos cristalitos. Tenemos la piedra, sí, pero nos sentimos en pleno corazón del laberinto, fascinados por sus recovecos, atrapados en sus blancas marañas, deslumbrados en la prodigiosa noche de apariciones. Mouzo nos lleva por esos rastros luminosos, por esas configuraciones estelares, por esas fantasmales formas arborescentes sobre las que han caído las gemas de intemporales heladas; nos introduce en un móvil y nacarado tejido, en una enredada madeja de hilos argénteos que se va devanando sin acertar todavía con el centro del dédalo.

Otras imágenes se nos ocurren contemplando este inquieto discurrir de líneas: recordamos a Pulgarcito dejando un tierno rastro de piedrecillas para poder regresar a la casa de los padres. El arte, como los cuentos, se nutre de esas imágenes arquetípicas, de ese profundo y antiquísimo significado, de ese delicado paradigma del que también se nutren nuestros sueños más verdaderos. Cuando Mouzo chorrea sus albas hebras de pintura, quizá recuerda a los ya viejos maestros de la Action painting y del Dripping, recuerda a Jackson Pollock y a Mark Tobey (a los que, por cierto, cantó en impactantes odas, nuestro poeta Bernardino Graña); pero, en realidad, está creando un insólito bordado, con una trama y una urdimbre que pertenecen a sus más íntimas inquietudes; dulces, poéticas, probablemente remotísimas inquietudes, de resonancias tan ajenas al ámbito de nuestro imaginario como un arabesco. Porque, efectivamente, en algunos cuadros nos parece percibir un aire arabizante, un intrincado grafismo que evoca los letrismos coránicos y la ornamentación árabe, también nos recuerda el arte de los orfebres, sobre todo de los que trabajan con formas barrocas. Unas pocas obras se salen de esta línea para llevarnos a la emoción de los viejos papiros, de los antiguos códices o de las vetustas orlas con fondo de terciopelo grana desgastado y marcas de perdidas colecciones cuya historia se ha borrado. Con ello el pintor nos dice que el arte es siempre un ejercicio de nostalgia.


A Coruña 2004

Quinto Salón de Otoño de Pintura. [Catálogo]

Real Academia Gallega de Bellas Artes de Nuestra Señora del Rosario. Deputación Provincial da Coruña. Fundación Caixa Galicia.

Obra seleccionada de Antón Mouzo: “Follas-frores”, Acrílico sobre lenzo, 195 x 130 cm., 1999.


2006 (Outono)

Oito ilustracións para o libro de poemas “Alaridos” de Lino Braxe. Accésit de Poesía Miguel González Garcés – 2006.